Capítulo 6.2 Epistemologá de la virtud

 Pritchard reconoce que, pese a sus límites, el reliabilismo contiene una intuición correcta: el conocimiento debe provenir de un proceso que tienda hacia la verdad. El problema de los casos Gettier —como mirar un reloj detenido que, por casualidad, marca la hora correcta— es que muestran cómo alguien puede tener una creencia verdadera justificada sin que el proceso realmente esté orientado a la verdad.

Para reformular la teoría, Pritchard propone introducir la idea de virtud epistémica, inspirada en Aristóteles. 

Así como un arquero hábil acierta el blanco no por azar, sino gracias a su destreza, el sujeto que sabe algo lo logra porque posee y emplea correctamente capacidades cognitivas fiables. Un buen arquero seguiría acertando en condiciones similares; de la misma forma, quien conoce algo seguiría llegando a la verdad en circunstancias parecidas. El conocimiento, por tanto, es una forma de éxito no accidental, que surge de la competencia del agente.

De aquí nace la epistemología de la virtud, que redefine el conocimiento no sólo como creencia verdadera, sino como el resultado del ejercicio apropiado de virtudes o facultades cognitivas. Estas pueden ser:

  • Virtudes epistémicas (adquiridas): rasgos como la prudencia, la apertura intelectual o la diligencia al evaluar evidencia.

  • Facultades cognitivas (innatas): percepciones, memoria, razonamiento o intuición, cuando funcionan adecuadamente en su entorno.

El caso del termómetro roto sirve nuevamente para aclarar esta idea. Si obtienes una creencia verdadera porque alguien manipula la temperatura para que coincida con lo que lees, tu creencia no proviene del uso correcto de tus facultades cognitivas, sino de una interferencia externa. En cambio, si observas un termómetro que funciona bien y tu vista capta correctamente la lectura, entonces tu creencia verdadera es producto de tu habilidad cognitiva y puede contarse como conocimiento.

Así, la virtue epistemology/epistemología de la virtud combina lo mejor del confiabilismo con una dimensión “agencial”: no basta con que el proceso sea fiable en abstracto; el sujeto debe ser el protagonista del éxito cognitivo, obteniendo la verdad gracias a su propio desempeño intelectual, no por coincidencia.

El confiabilismo, entendido adecuadamente como una suerte de epistemología de la virtud, puede, por tanto, contribuir a captar la idea de que el conocimiento implica un éxito cognitivo atribuible al agente. La idea central de esta versión del fiabilismo es que uno debería llegar a la verdad de forma fiable debido a alguna cualidad que posee, en lugar de simplemente porque forma su creencia de manera fiable (donde la fiabilidad puede no tener nada que ver con ninguna cualidad cognitiva que se posea, como ocurrió en el caso del termómetro averiado).

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