El alma según Aristóteles
Hablar del alma con Aristóteles es entrar en terreno movedizo. No hay fantasmas, ni chispas divinas, ni esencias que flotan más allá del cuerpo. Hay organización, forma y vida en acto. En este texto, vamos a explorar las siguientes son las ideas clave de De Anima :
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Para Aristóteles, el alma no es una sustancia separada que habita el cuerpo, sino su forma y su principio vital (De Anima II 1, 412a19–b9).
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Su definición central —“el alma es la entelequia primera de un cuerpo natural organizado que tiene vida en potencia” (412a27–b1)— suena rimbombante, pero es explicable (lo haremos enseguida).
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La teoría ofrece un marco unificado de la vida: desde el metabolismo hasta el pensamiento racional, todo cabe dentro del mismo sistema vital (413a20–b15).
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Las facultades del alma son jerárquicas: nutritiva (plantas), sensitiva (animales) e intelectiva (humanos) (413b10–414b10).
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Incluso el pensamiento necesita del cuerpo: no hay órgano del intelecto, pero sí phantasmata, imágenes sensibles que acompañan toda forma de pensar (431a14–17; 432a7–10).
En palabras de la Stanford Encyclopedia of Philosophy, Aristóteles concibe el alma como un sistema de habilidades activas: el conjunto de capacidades por las que un organismo hace lo que naturalmente le corresponde.
1. El contexto: cuando el alma aún era un fantasma
Antes de Aristóteles, el alma era un misterio flotante. Los pitagóricos la veían como un viajero eterno, condenado a reencarnarse. Platón la imaginaba como un prisionero de la carne, mirando con nostalgia el mundo de las Ideas. Y los materialistas decían que la vida era solo una mezcla bien agitada de elementos.
Aristóteles entra en escena como quien apaga la niebla con una linterna y dice: “Calma. Si queremos entender la vida, hay que entender cómo funciona, no de qué está hecha.”
No le interesan las explicaciones mitológicas ni las puramente mecánicas. Quiere una filosofía de la biología, una teoría de lo vivo que explique qué hace que un cuerpo sea un ser vivo y no un cadáver ordenado.
2. La definición que todos citan
“El alma es la entelequia primera de un cuerpo natural organizado que tiene vida en potencia” (De Anima II 1, 412a27–b1).
Rimbombante, sí, pero poderosa. La clave para entender esta definición está en el hilemorfismo, la teoría según la cual todas las cosas naturales están compuestas de materia (hylē) y forma (morphē). La materia es aquello que puede ser algo; la forma, aquello que hace que sea efectivamente eso. El alma, entonces, es la forma del cuerpo viviente, del mismo modo que la figura es la forma de la cera (412b6–9). Por eso Aristóteles insiste en que no tiene sentido preguntar si el alma y el cuerpo son una sola cosa, porque en la realidad concreta no pueden separarse: la materia sin forma sería una pura posibilidad vacía, y la forma sin materia, una abstracción. El alma no habita el cuerpo: es el modo en que la materia corporal se organiza para vivir.
Vamos por partes:
“Cuerpo natural organizado”: no cualquier pedazo de materia merece alma. Debe ser un cuerpo organizado, un sistema cuyas partes tienen funciones coordinadas: un ojo está “para ver”, una raíz “para absorber”, una boca “para alimentarse”.
“Que tiene vida en potencia”: la materia está lista para vivir, como una semilla esperando germinar. Pero sin alma, esa potencia no se actualiza (no se vuelve real).
“Entelequia primera”: esta palabra significa literalmente “tener el fin dentro de sí”. La entelequia no es la acción en curso, sino la posesión de una capacidad activa. Por eso Aristóteles sugiere que el alma es como saber un idioma: uno puede tener la ciencia sin estar usándola en ese momento (412a22–b9). En otras palabras, la vida ocurre no necesariamente cuando actuamos, sino cuando somos capaces de actuar. El alma no es el fuego que se enciende, sino la condición que hace posible encenderlo.
Aristóteles da ejemplos pintorescos para elaborar esta idea: si un hacha tuviera alma, sería su función de cortar; sin esa función, ya no sería un hacha (412b11–15). Si el ojo fuera un animal, su alma sería la vista; sin ver, solo sería un ojo “de nombre” (412b18–25).
El alma, entonces, no es una cosa, sino una organización funcional, un patrón de vida.
3. Una anatomía de las almas
En el Libro II, capítulo 2, Aristóteles describe las facultades del alma, no como almas separadas, sino como niveles de organización vital (413b10–414b10):
a) Nutritiva: la poseen las plantas; les permite alimentarse, crecer y reproducirse.
b) Sensitiva y motriz: exclusiva de los animales; les permite percibir, desear y desplazarse.
c) Intelectiva: propia del ser humano; nos permite razonar y reflexionar.
Las plantas, entonces, tienen alma (¡sí!) Los animales la tienen también, con un grado superior de complejidad. Y los humanos, además de sentir, pueden pensar, imaginar y deliberar.
El alma, dice Aristóteles, es una en acto, múltiple en potencia (413b20–25): un sistema con distintas funciones, todas ligadas a un mismo principio de vida.
4. Ni dualismo ni materialismo: una biología filosófica
En De Anima II 1 (412b5–9), Aristóteles deja claro que el alma no se separa del cuerpo. La forma no puede subsistir sin la materia que informa. Sin embargo, su teoría tampoco es materialista. La vida no se explica solo por movimientos o combinaciones: se explica por formas que dotan a la materia de finalidad y organización (412a10–18).
Podríamos decir que Aristóteles se adelanta más de dos milenios al pensamiento sistémico: la vida no es una cosa, sino un modo de estructuración funcional.
Y lo más audaz: Aristóteles propones que ni siquiera el pensamiento escapa de esta visión biológica. Aunque no haya “órgano del intelecto”, toda operación mental implica imágenes sensoriales (phantasmata) (431a14–17; 432a7–10). Pensar es, literalmente, recordar con el cuerpo.
Esto significa que, para Aristóteles, el pensamiento no flota en el vacío, sino que siempre se apoya en la experiencia sensible. Cuando pensamos, lo hacemos a partir de imágenes almacenadas por la percepción (phantasmata), que el intelecto vuelve a activar y reorganizar. Así, el alma racional no crea ideas “desde cero”, sino que trabaja con materiales que el cuerpo ya ha recibido. En este sentido, el intelecto humano depende del cuerpo no solo para existir, sino también para operar: pensar es una forma más refinada de percibir. La mente, diríamos hoy, es la biología pensándose a sí misma.
La Stanford Encyclopedia subraya que Aristóteles trata las funciones mentales y las vitales bajo el mismo marco explicativo. No hay un alma “especialmente mental” que opere fuera de la naturaleza: pensar, sentir, nutrirse y moverse son modos naturales de actuar de un organismo con la estructura adecuada.
6. Lo que Aristóteles nos deja: un alma sin fantasmas
Aristóteles desmonta el teatro del alma inmortal para ofrecernos algo más real, de acuerdo con la ciencia contemporánea: la vida como acto organizado, como capacidad de actuar. Cuando el alma deja de actuar, no “abandona” el cuerpo; simplemente, el cuerpo deja de ser un cuerpo vivo. La forma desaparece, la materia permanece.
Allí está la propuesta más radical de Aristóteles respecto a Platón: para entender el alma, hay que mirar menos al mundo de las Ideas y más al pulso de la naturaleza. La vida, para él, no es una visita divina: es la forma misma de la materia cuando logra organizarse con sentido.
Referencias clave
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De Anima II 1: 412a10–b25 (definición, ejemplos del hacha y el ojo).
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De Anima II 2: 413a20–414b10 (facultades, unidad/multiplicidad).
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De Anima III 7–8: 431a14–17; 432a7–10 (phantasmata).
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Eth. Nic. I 13: 1102b11–12.
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Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2022), “Aristotle’s Theory of Soul.”
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