El problema del conocimiento perceptual
Pritchard inicia el capítulo señalando que gran parte de lo que consideramos conocimiento del mundo proviene de la percepción: vemos, oímos, tocamos y a partir de ello creemos conocer la realidad que nos rodea. Sin embargo, la epistemología plantea una pregunta inquietante: ¿realmente sabemos algo sobre el mundo a través de la percepción, o solo inferimos su existencia a partir de apariencias sensoriales?
El punto de partida del problema es que las apariencias pueden engañar. Ejemplos clásicos muestran que la percepción no siempre refleja fielmente la realidad: un palo recto parece doblarse al sumergirse en el agua, o un viajero puede ver un espejismo en el desierto. Estos casos revelan que la percepción es falible y, en ocasiones, nos induce a error si no corregimos sus efectos.
Pero el problema más profundo no es la falibilidad, sino la indirecta mediación de la experiencia sensorial. Supongamos dos situaciones:
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Una persona ve realmente un oasis en el horizonte.
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Otra persona alucina exactamente la misma imagen.
En ambos casos, la impresión visual es idéntica, aunque una corresponda a un objeto real y la otra no. Esto lleva al argumento de la ilusión, según el cual lo que percibimos directamente no es el mundo mismo, sino una representación o apariencia interna, algo común tanto a las percepciones verídicas como a las ilusorias. Si esto es cierto, el conocimiento perceptual se vuelve indirecto: solo conocemos el mundo a través de inferencias basadas en nuestras impresiones sensoriales.
El problema, dice Pritchard, es que este modelo rompe la inmediatez de la experiencia. Si todo lo que percibimos son apariencias internas, parece que nunca accedemos realmente al mundo exterior. Además, esta idea mina la seguridad que atribuimos al conocimiento perceptual. Normalmente decimos que “ver es creer”: confiamos más en lo que vemos directamente que en lo que nos dicen. Pero si la percepción es una forma de conocimiento inferencial, ya no sería más confiable que el testimonio o la deducción, pues ambas serían mediadas y, por tanto, falibles.
Así, el argumento de la ilusión abre la puerta al escepticismo perceptual: si solo accedemos a representaciones, ¿cómo podemos estar seguros de que existe un mundo externo que las cause?
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