El realismo indirecto es una teoría del conocimiento perceptual que intenta explicar cómo es posible que nuestras percepciones nos informen sobre el mundo externo, a pesar de que a menudo puedan engañarnos. Su punto de partida es la intuición —aparentemente innegable— de que no percibimos el mundo de manera inmediata, sino a través de nuestras impresiones sensoriales. Dichas impresiones son el material con el que la mente construye una representación de la realidad y, a partir de ellas, inferimos cómo son las cosas en el mundo.
Esta idea encuentra su justificación en el argumento de la ilusión, uno de los pilares clásicos de la epistemología moderna. El argumento sostiene que, dado que en muchos casos podemos tener experiencias perceptivas indistinguibles entre la ilusión y la percepción verídica —por ejemplo, ver un oasis en el desierto que no existe o creer que un palo recto es curvo al sumergirlo en agua—, lo que experimentamos directamente no puede ser el mundo mismo. Lo que realmente percibimos son apariencias o representaciones internas, y de estas deducimos, mediante inferencia, la naturaleza de la realidad externa.
Así, cuando percibimos un “oasis”, lo que se nos presenta no es el objeto en sí, sino una imagen o impresión sensorial de él; y sobre esa base inferimos que hay un oasis en el horizonte. La diferencia entre el acierto y el error perceptual depende de si esa inferencia es correcta o no, pero en ambos casos lo que percibimos directamente es lo mismo: una apariencia.
Pritchard muestra que esta concepción tiene un linaje histórico claro, especialmente en John Locke (1632–1704), quien elaboró una de sus defensas más influyentes. Locke introdujo la célebre distinción entre cualidades primarias y cualidades secundarias, que refuerza la idea de una brecha entre el mundo tal como lo percibimos y el mundo tal como es en sí mismo.
-
Las cualidades primarias son propiedades objetivas de las cosas: su forma, tamaño, movimiento o número. Son características que los objetos poseen independientemente de si alguien los percibe.
-
Las cualidades secundarias, en cambio, dependen del modo en que los sujetos las experimentan. El color, el sabor o el sonido no son rasgos que existan “en las cosas mismas”, sino que dependen de cómo nuestros sentidos reaccionan ante ellas.
Por ejemplo, el color rojo de un buzón del correo británico no es una propiedad intrínseca del buzón, sino el resultado de la interacción entre la luz, el objeto y nuestros ojos. El rojo “existe” en tanto hay sujetos con un sistema visual capaz de percibirlo como tal. Si tuviéramos ojos de abejas o visión infrarroja, el mundo cromático sería radicalmente distinto. De esta manera, el realismo indirecto puede explicar coherentemente por qué las percepciones varían sin concluir que los objetos sean ilusorios: lo que cambia no es el mundo, sino nuestra manera de acceder a él.
Sin embargo, esta concepción tiene una consecuencia inquietante: parece alejarnos del mundo real. Si lo único a lo que tenemos acceso directo son nuestras representaciones sensoriales, ¿cómo podemos estar seguros de que realmente existe un mundo más allá de ellas?
Este es el célebre problema del mundo externo. Una vez aceptamos que nuestro conocimiento del mundo es mediado por impresiones internas, se vuelve imaginable —aunque no verificable— que esas impresiones podrían ser completamente engañosas. Tal como advertía Descartes, podríamos ser víctimas de un poderoso engañador que manipula nuestras percepciones haciéndonos creer que hay un mundo externo cuando en realidad no lo hay. Si todo lo que percibimos directamente son sensaciones, entonces nada nos garantiza que esas sensaciones correspondan a una realidad independiente.
En este punto, el realismo indirecto corre el riesgo de deslizarse hacia el escepticismo. Si la percepción solo nos informa acerca de cómo nos parece el mundo, y no de cómo el mundo es en sí, entonces el conocimiento del mundo externo se vuelve profundamente incierto. Pritchard subraya que, aunque este problema —el del acceso al mundo— afecta a cualquier teoría perceptual, el realismo indirecto lo agrava, ya que convierte toda percepción en una forma de inferencia: en lugar de ver el mundo, solo deducimos su existencia a partir de datos internos.
En resumen, el realismo indirecto intenta salvar la objetividad del mundo, pero al hacerlo introduce una brecha epistemológica entre sujeto y objeto. Nos deja, por así decirlo, atrapados detrás de un velo de percepciones, desde el cual debemos intentar adivinar qué hay realmente “afuera”.
Comentarios
Publicar un comentario