Lo Sublime en Kant
Hay momentos en los que algo nos desborda. No por algún sentimiento en particular, sino por pura desproporción.
También puede ocurrir con menos solemnidad y cursilería: al ver un lanzamiento de SpaceX en directo, al escuchar los drones metálicos de Sun O))) en un auditorio que tiembla, o al entrar en una estadio retumbando y coreando y sentir que la humanidad no es una simple abstracción.
Kant llama "lo sublime" a la sensación de asombro mezclado con un vértigo que casi incomoda, la intuición de que el mundo es demasiado grande y tú demasiado consciente.
Lo curioso de su propuesta, es que lo sublime es que no tiene tanto que ver con lo que se percibe, sino con quién se es mientras se percibe. No es el acantilado el que es sublime; ni el estadio, es tu mente dándose cuenta de que puede pensar lo infinito aunque no pueda medirlo.
1. Dos tipos de grandeza insoportable
Kant distingue dos especies del sublime:
-
Lo matemáticamente sublime, cuando algo es tan grande que la imaginación no puede abarcarlo.
-
Lo dinámicamente sublime, cuando algo es tan poderoso que sentimos que podría destruirnos, pero no lo hace.
En ambos casos, la experiencia tiene un mismo fondo: la conciencia de la superioridad de nuestra razón sobre la naturaleza. Sin embargo, en lo sublime descubrimos que en realidad, no ganamos nada contra la naturaleza: ella sigue siendo inmensa, indomable, y nosotros seguimos siendo un saco de carbono diminuto.
Lo sublime ocurre cuando pensamos eso, cuando advertimos que podemos concebir lo inconcebible, surge una especie de triunfo interior. Es el momento en que la mente humana se siente más vasta que el universo.
2. Imaginación sin RAM: lo matemáticamente sublime
De acuerdo con Kant, lo matemáticamente sublime sucede cuando algo es tan grande que desborda la imaginación, lo que podemos visualizar. Un océano, un desierto, el universo observable, o el número de sinapsis en tu cerebro (cien billones, por si quieres intentar visualizarlas).
Kant lo explica así:
“La misma insuficiencia de nuestra facultad para estimar la magnitud de las cosas sensibles despierta en nosotros el sentimiento de una facultad suprasensible.” (§25, 250)
En otra palabras: la mente tropieza con el infinito, se da cuenta de que no puede comprenderlo, y en ese fracaso descubre su grandeza. Porque aunque los ojos no lo abarquen, la razón sí puede, en cierto sentido, pensarlo. Esa es la paradoja kantiana: el placer de lo sublime nace del reconocimiento de nuestros límites.
Al hablar de lo sublime, Kant menciona las Pirámides o San Pedro en Roma, deja claro que los ejemplos más adecuados son naturales: montañas, mares, tormentas, o la inmensidad del cielo. Lo hace no porque estas cosas sean grandes en sí, sino porque despiertan en nosotros la idea de algo inconmensurable, una especie de recordatorio del infinito que es concebible.
Lo dinámicamente sublime: miedo sin peligro
El segundo tipo de "lo sublime "es más físico y cinematográfico. Lo sentimos ante la fuerza bruta de la naturaleza: tormentas, volcanes, truenos, olas gigantes, huracanes, erupciones solares, o teóricas explosiones nucleares. Kant lo explica así:
“La irresistibilidad del poder de la naturaleza nos hace reconocer nuestra impotencia física, pero al mismo tiempo revela en nosotros una capacidad para juzgarnos como independientes de ella.” (§28, 261)
El miedo controlado —ese que sentimos cuando el peligro es real pero no inmediato— nos eleva por encima de la naturaleza. Como si dijéramos: “sí, podría aniquilarme… pero yo puedo pensar la aniquilación, y ella no”.
Por eso lo sublime dinámico tiene algo de espiritual: es la conciencia de nuestra libertad frente al poder natural. Un volcán o una tormenta pueden ser el espejo en el que vemos nuestra capacidad para no temer lo inevitable.
En ese sentido, lo sublime es la versión estética del estoicismo: saber que la naturaleza manda, pero que nuestra dignidad no depende de sobrevivirle.
Placer negativo: disfrutar con dolor
Kant llama al sentimiento del sublime un “placer por medio del displacer”. Nos duele lo que nos excede, pero precisamente ahí encontramos placer. La mente vibra —dice Kant— como si estuviera oscilando entre dos polos: atracción y repulsión, miedo y orgullo, límite y libertad.
“El movimiento del ánimo en la representación de lo sublime puede compararse a una vibración, a una alternancia rápida de atracción y repulsión respecto al mismo objeto.” (§27, 258)
Podríamos llamarlo una montaña rusa del pensamiento: el vértigo de sentir que todo nos supera, seguido del alivio de saber que aún así podemos pensarlo.
El estremecimiento es el eco estético del respeto moral. Kant llega a decir que el sentimiento de lo sublime se parece al respeto que sentimos ante la ley moral: ambos implican reconocer algo superior, pero en lo cual participamos activamente.
5. Lo sublime vs. lo bello
| Aspecto | Lo Bello | Lo Sublime |
|---|---|---|
| Facultades implicadas |
Imaginación y entendimiento | Imaginación y razón |
| Relación con el objeto | Armoniosa y proporcionada | Desproporcionada, “sin propósito” |
| Sentimiento | Placer puro, sereno | Placer mezclado con displacer |
| Universalidad | Basada en la comunicabilidad de la experiencia | Basada en la universalidad del sentimiento moral |
| Sede del juicio | El objeto parece bello | La mente se sabe sublime |
Por eso Kant insiste: lo sublime no está en las cosas, sino en nuestra mente (§28, 264).
Los objetos son el detonante. Lo sublime es nuestra facultad racional, el laboratorio del infinito que llevamos en el cráneo.
Un "apéndice menor"
Kant, irónico, llama a su teoría del sublime “un apéndice” (§23, 246). Su aparente modestia engaña: lo sublime se convirtió en una de las ideas más influyentes del pensamiento estético moderno. De Edmund Burke a Jean-François Lyotard, del romanticismo a la crítica contemporánea, lo sublime fue reinterpretado como el punto en que el arte toca lo inefable.
Lyotard, por ejemplo, leyó los lienzos casi vacíos de Barnett Newman como ejercicios de sublimidad: espacios de silencio donde la mente tropieza con su propio límite. Y Beckett —desde la literatura— lleva la idea al absurdo: en Molloy, lo sublime es el sinsentido mismo, el exceso de razón sobre el lenguaje.
Lo sublime es una especie de anti-belleza: belleza que no reconforta, que descoloca, que no promete armonía, sino posibilidad de pensar sin imágenes. Lo sublime es la estética del límite, el momento en que el pensamiento se da cuenta de que ha llegado más lejos de lo que había conceptuado.
¿Placer de sabernos más que materia?
“Sí, soy nada frente a esto. Pero soy el tipo de nada que puede pensarlo.”
Lo sublime sigue importando en el mundo digital
Kant hablaba del sentimiento de la razón que se sabe superior a la naturaleza. Hoy ¿podríamos decir: la conciencia que se resiste a ser un dato más en el feed?
El sublime, entonces, no murió con los románticos. Cambió de escenario. Habia en los horizontes de la pantalla, en el vértigo de lo artificial,n la fascinación y el miedo de sabernos creadores de algo que ya no controlamos.
Y si Kant tenía razón, quizás eso no sea una tragedia, sino la prueba de que, incluso en medio del código, seguimos sintiendo —y pensando— como seres infinitos.
Referencia:
Este texto se inspira y toma como base el análisis de Hannah Ginsborg, “Kant’s Aesthetics and Teleology”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2022 Edition), eds. Edward N. Zalta & Uri Nodelman.https://plato.stanford.edu/archives/fall2022/entries/kant-aesthetics/
Comentarios
Publicar un comentario