Dos Dogmas del Empirismo (pt 1):

 “Dos dogmas del empirismo”

(pp. 49–54, Orbis, 1985)

1. Contexto general y tesis del texto

Quine abre su ensayo con una declaración provocadora: el empirismo moderno —la corriente filosófica que pretende fundar el conocimiento en la experiencia— se apoya en dos dogmas que, según él, no resisten el análisis:

La distinción entre verdades analíticas y sintéticas, es decir, entre verdades que dependen del significado (analíticas) y verdades que dependen de los hechos (sintéticas).

  1. El reductivismo, la idea de que todo enunciado significativo puede reducirse a una descripción lógica de datos empíricos inmediatos.

Ambos dogmas, dice Quine, son mal fundados. Al rechazarlos, se disuelve la frontera entre metafísica y ciencia natural, y el pensamiento se orienta hacia una visión pragmática del conocimiento.

2. El primer dogma: la analiticidad

Quine inicia examinando el trasfondo histórico de la distinción analítico/sintético:

  • En Kant, esta distinción divide los juicios “por el significado de los conceptos” (analíticos) y los que amplían el conocimiento (sintéticos).

  • En Hume, aparece como la diferencia entre “relaciones de ideas” y “cuestiones de hecho”.

  • En Leibniz, como la diferencia entre “verdades de razón” (necesarias) y “verdades de hecho” (contingentes).

Pero, según Quine, estas fórmulas históricas son insuficientes o circulares: decir que una proposición analítica es aquella cuya negación es contradictoria (e.g., Hume), no explica nada, porque la noción de “contradicción” presupone ya la noción de significado.

3. El problema es la "intensión"

Para avanzar, Quine analiza qué significa “significado”. Retoma a Frege y Russell para mostrar que significar no es lo mismo que nombrar. Ejemplos:

  • “El lucero del alba” y “el lucero de la tarde” nombran la misma entidad (Venus), pero tienen distinto sentido o significación.

  • “9” y “el número de los planetas” designan el mismo número, pero no significan lo mismo: el segundo depende de observaciones empíricas.

De aquí deriva una idea fundamental:

Los términos pueden coincidir en extensión (lo que denotan), pero diferir en intensión (lo que significan).

Por tanto, la analiticidad depende de la intensión, no de la extensión. Y el problema se traslada: ¿qué clase de entidad es la “intensión”? ¿una idea? ¿una regla de uso? ¿una convención?

Quine sugiere que toda la noción de “significación” está cargada de supuestos metafísicos dudosos, heredados de la antigua noción de “esencia” aristotélica.

4. Significado y esencia Aristotélica

Quine rastrea el origen del concepto moderno de significación hasta la noción aristotélica de esencia

Mientras que para Aristóteles las cosas poseían esencias reales —por ejemplo, la racionalidad como esencia del hombre y la bipedestación como accidente—, la semántica moderna traslada ese esquema al lenguaje. 

Ya no son las cosas las que tienen esencias, sino las palabras las que tienen significados. De este modo, la significación se convierte en la esencia desprendida de su objeto y adscrita al término. 

Pero, advierte Quine, esta concepción hereda los mismos vicios metafísicos del esencialismo: supone que existen “entidades mentadas” llamadas significaciones. 

Por eso, propone eliminar la idea de significados como cosas y reducir la teoría semántica a dos relaciones observables: la sinonimia entre expresiones y la analiticidad de los enunciados. La teoría del significado no necesita más que eso; las “significaciones” como entidades intermedias pueden ser, dice Quine, abandonadas tranquilamente.

5. La analiticidad y la sinonimia

Quine distingue dos tipos de enunciados que se llaman comúnmente analíticos:

A) Analíticos de la primera clase (lógicamente verdaderos)
Ejemplo:

(1) Ningún hombre no casado es casado. 

Este tipo de proposición sigue siendo verdadera bajo cualquier interpretación de los términos no lógicos (“hombre”, “casado”), porque su verdad depende únicamente de las partículas lógicas (“no”, “y”, “entonces”).

B) Analíticos de la segunda clase (por sinonimia o definición)
Ejemplo:

(2) Ningún soltero es casado.


Así, Quine muestra que el concepto de “analiticidad” se apoya en otro igualmente problemático, el de “sinonimia”, que no está mejor definido.

5. La propuesta de Carnap: descripciones de estado

Para intentar formalizar la noción de analiticidad, Rudolf Carnap propuso recurrir a las descripciones de estado.

Una descripción de estado es una asignación completa de valores de verdad (V/F) a todos los enunciados atómicos de un lenguaje. Dado ese inventario, el valor de verdad de los enunciados compuestos puede determinarse por las reglas lógicas.

Ejemplo simplificado (véase para más detalle siguiente entrada):

Descripción de estado p (“Pedro es alto”) q (“Pedro es moreno”)
D₁ V V
D₂ V F
D₃.     F V
D₄ F F

Un enunciado es analítico, diría Carnap, si resulta verdadero en todas las descripciones de estado posibles —es decir, sin importar cómo se asignen los valores de verdad a las proposiciones básicas.

Esta idea es una reformulación de la tesis de Leibniz: una verdad necesaria es aquella verdadera en todos los mundos posibles.

6. Crítica de Quine a Carnap

Quine objeta que este criterio sólo funciona si los enunciados atómicos son independientes entre sí. Pero el lenguaje real no funciona así.

Por ejemplo, “Juan es soltero” y “Juan es casado” no son independientes, porque el significado de una implica la negación de la otra.

En consecuencia, el método de Carnap falla precisamente en los casos que quería explicar, los de las verdades analíticas por sinonimia. Su modelo, dice Quine, reconstruye las verdades lógicas (la primera clase), pero no explica la analiticidad en general.

Además, las descripciones de estado son una construcción formal y artificial, útil para estudiar la probabilidad y la inducción, pero no para esclarecer qué significa que un enunciado sea analítico.

Primer dogma

En esta primera parte, Quine comienza a desmontar el primer dogma del empirismomuestra que todas las definiciones de “analiticidad” dependen de nociones circulares o semánticamente vagas: “significación”, “sinonimia”, “contradicción”, “contenido conceptual”…

Su punto de fondo es que no existe una frontera nítida entre lo que es verdadero por significado y lo que es verdadero por hechos.

El conocimiento —incluso el lógico o el matemático— forma parte de una red de creencias interconectadas, que sólo puede revisarse en conjunto.

En otras palabras: Quine está preparando el terreno para decir que el lenguaje, la lógica y la experiencia forman un continuo. No hay proposiciones inmunes a la revisión empírica.


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