Conductismo lógico
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El ejemplo clásico es el visitante que recorre los edificios, bibliotecas y patios de una universidad y luego pregunta: “¿Pero dónde está la universidad?” Como si fuera un ente adicional, flotando entre las aulas. Lo mismo ocurre —dice Ryle— cuando buscamos la “mente” como algo separado del comportamiento.
Otro ejemplo es el del ejército: ver soldados, batallones, formaciones, y luego exigir que se muestre “el ejército” como si fuera un objeto más, un super-soldado invisible.
La mente, para Ryle, no es un objeto interno oculto, sino un modo de describir formas complejas y sistemáticas de conducta. Decir que alguien “es inteligente” no implica localizar una sustancia mental, sino observar cómo resuelve problemas, argumenta, aprende, se equivoca y corrige.
Carl Hempel, desde el empirismo lógico, radicaliza esta idea: los términos mentales, sostiene, deben ser traducibles en
enunciados sobre conducta observable. Decir que alguien “tiene dolor” equivale —en principio— a describir cómo se queja, cómo evita ciertos movimientos, cómo reacciona ante estímulos. La mente, así entendida, deja de ser un teatro oculto y se vuelve un guion visible.
La metáfora es clara: para los conductistas lógicos, la mente no es una habitación secreta, sino el baile mismo. No un motor místico, sino el estilo de conducción.
¿Por qué expulsar fantasmas?
La motivación de Ryle y Hempel no era simplemente provocadora. Querían limpiar la filosofía y la psicología de explicaciones mágicas disfrazadas de teoría.
Buscaban rigor, claridad, verificabilidad. Preferían una mente austera pero inteligible a un alma majestuosa pero inexplicable. En lugar de perfumar el misterio, quisieron desmontarlo pieza por pieza.
Críticas al conductismo lógico
Sin embargo, esta limpieza ontológica no salió barata. Varias objeciones importantes han sido formuladas:
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John Searle – En Mind y otros textos, acusa al conductismo de ignorar la experiencia subjetiva. La conciencia no es sólo conducta: hay un “cómo se siente” que no se agota en lo observable.
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Hilary Putnam – Critica que los estados mentales no pueden identificarse únicamente con patrones de conducta, pues distintas estructuras físicas podrían generar la misma conducta (argumento del funcionalismo).
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Noam Chomsky – Desde la lingüística, muestra que la explicación conductista del lenguaje es insuficiente para explicar la creatividad y productividad del habla.
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Thomas Nagel – Con su célebre pregunta “¿Qué se siente ser un murciélago?”, evidencia que la perspectiva subjetiva escapa a una descripción puramente conductual.
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Jerry Fodor – Argumenta que el conductismo no puede explicar adecuadamente la estructura interna de los procesos cognitivos.
El fantasma sigue rondando… aunque con menos glamour
Ryle y Hempel no pretendieron negar que pensemos, suframos o deseemos; quisieron negar que eso requiera postular entes metafísicos con residencia permanente en el cráneo. Su proyecto fue, en el fondo, una higiene conceptual: evitar que el lenguaje nos haga ver criaturas donde solo hay prácticas.
Hoy, aunque el conductismo lógico ya no domina el panorama, su lección persiste: antes de hablar de la mente como si fuera un espectro con agenda propia, conviene preguntarnos si no estamos, una vez más, persiguiendo sombras con pretensiones ontológicas.
¿Y Aristóteles? Entre la carne, la forma y el anti-fantasma
Curiosamente, el gesto de Ryle no es tan moderno como podría parecer. En el fondo, su cruzada contra el “fantasma en la máquina” guarda un parentesco insospechado con la concepción aristotélica del alma.
Para Aristóteles, el alma (psyché) no es una sustancia separada del cuerpo —como lo sería después en el dualismo cartesiano—, sino el principio de vida y organización del cuerpo vivo. El alma no es algo que habita el cuerpo, sino aquello por lo cual el cuerpo es un cuerpo vivo y capaz de ciertas funciones: sentir, moverse, razonar.
En ese sentido, Aristóteles también rechaza la idea de una mente como cosa flotante y autónoma. Su postura puede leerse, con cuidado, como una forma temprana de naturalismo: pensar no es el acto de un espectro, sino una función de un organismo organizado de cierta manera. El paralelismo con Ryle es claro: ambos desmontan la imagen de la mente como objeto misterioso y ambos entienden lo mental en relación con capacidades, disposiciones y formas de actuar.
Diferencia entre conductismo y materialismo de Aristóteles
La diferencia, sin embargo, es crucial. Mientras Ryle traduce lo mental en términos de conducta observable y evita toda metafísica sustantiva, Aristóteles sí propone una ontología robusta: el alma es forma, es principio explicativo real, aunque no separable. Para él, el alma no es un simple modo de hablar, sino un componente estructural del ser vivo. Donde Ryle ve una confusión lingüística, Aristóteles ve una distinción metafísica legítima entre materia y forma.
Podría decirse, entonces, que ambos coinciden en expulsar al fantasma, pero no en lo que colocan en su lugar. Ryle nos deja con prácticas, disposiciones y comportamientos; Aristóteles con una arquitectura ontológica donde el alma es la forma viva del cuerpo. Uno disuelve el problema en análisis conceptual; el otro lo reinscribe en una teoría de la naturaleza.
Tal vez, si uno escucha con atención, Aristóteles susurraría que la mente no es un espectro… pero tampoco un conjunto de gestos. Entre la máquina y el fantasma, él insistiría en que hay algo más sutil: una forma que anima, organiza y hace posible la vida racional sin recurrir al teatro de lo invisible.
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