Reduccionismo y el problema del testimonio
Si el conocimiento testimonial nos preocupa —si la posibilidad de que otros se equivoquen o nos engañen mina la confianza en aquello que “sabemos gracias a otros”— una primera reacción natural es intentar anclar todo testimonio en evidencia no testimonial. Es decir:
“Solo debo creer lo que otros dicen cuando tengo evidencia independiente, basada en mi propia experiencia, de que esta persona o fuente es fiable”.
A esta estrategia se le llama reduccionismo. Su idea central es: la justificación del testimonio se reduce a evidencia personal previa. No basta con creer porque alguien lo afirma; debemos tener razones no testimoniales para confiar en esa fuente.
David Hume es el gran antecedente histórico de esta postura: la confianza en el testimonio se gana porque en el pasado hemos observado que, en general, la gente es honesta y que sus palabras coinciden con los hechos.
Pero Pritchard muestra un problema profundo con el reduccionismo usando el caso de The Truman Show.
Truman y el fallo del reduccionismo
Según el reduccionismo, Truman está justificado cuando cree cosas “locales”:
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Que la tienda está abierta.
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Que su vecina vive enfrente.
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Que hoy llueve.
Pero el reduccionismo se desmorona en las creencias no locales, por ejemplo:
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Que la Tierra es redonda.
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Que existen otros países.
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Que el Sol es una estrella.
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Que su ciudad forma parte de un planeta.
Estas creencias no puede verificarlas con su experiencia personal. Y lo más grave: que sus fuentes sean fiables en asuntos locales NO implica que lo sean en asuntos globales.
La conclusión devastadora es:
Si el reduccionismo fuera correcto, entonces sabemos muchísimo menos de lo que creemos saber. Probablemente casi nada.
Por eso Pritchard concluye que el reduccionismo, aunque intuitivo, colapsa: no puede justificar la enorme cantidad de conocimiento testimonial que tenemos.
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