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Durante buena parte del siglo XX, el conductismo fue la estrella en la investigación del comportamiento humano y animal: un programa de trabajo que dominó desde aproximadamente la década de 1930 hasta mediados de los años 50-60, antes de que la cognición comenzara a reclamar el protagonismo.
¿Por qué fue tan popular?
1) Autoridad filosófica
Muchos filósofos afines, como Carl Gustav Hempel, Willard Van Orman Quine, incluso Rudolf Carnap y Ludwig Wittgenstein, se sintieron atraídos por la idea de que los términos mentales (creencias, deseos, intenciones) podían sustituirse por descripciones de conducta observable.
Por ejemplo, Hempel afirmaba que “todos los enunciados psicológicos … son traducibles en enunciados que no implican conceptos psicológicos, sino sólo conceptos de conducta física”.
2) Autoridades en la psicología
En psicología, el conductismo era aún más influyente: nombres como Ivan Pavlov, B. F. Skinner, Edward C. Tolman, C. L. Hull, etc., se dedicaron a experimentar conductas, reflejos, condicionamientos, envueltos en cajas-ratón, palancas y recompensas.
Por ejemplo, Tolman decía que “todo lo importante en psicología … puede investigarse en esencia mediante el análisis experimental y teórico de los determinantes del comportamiento de una rata en un punto de elección en un laberinto”.
3) Academia conductista
Se crearon revistas, sociedades y programas de posgrado enteramente dedicados al conductismo: lo que refuerza que no era solo una moda pasajera, sino un verdadero movimiento institucionalizado dentro de la psicología y la filosofía.
El conductismo se comportó como una fábrica bien aceitada: alimentaba ratas, luces, palancas, recompensas, engendraba datos y producía teorías; mientras tanto, la mente como “entidad privada” fue puesta en segundo plano, al menos por un tiempo.
¿Por qué convertirse en conductista?
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La evidencia visible
Te vuelves como una especie de detective. Cuando dices “ese perro tiene miedo” o “esa persona cree que va a llover”, normalmente te fijas en lo que hacen —temblar, esconderse, cerrar el paraguas— más que en un “miedo invisible” flanqueando la escena. Para los conductistas, el gran atractivo es ese: la atribución de un estado mental se basa en conducta observable. Como Graham señala, el salto conceptual —de “esta conducta me permite inferir que alguien cree algo” a “creer consiste en cierta conducta”— es corto y seductor. Si el uso de términos como “creer” o “desear” siempre viene acompañado de ciertos comportamientos, quizá la mentalidad sea solo eso: conductas habituales ante ciertas situaciones. -
La rebelión anti-innataLa segunda razón pone a los conductistas en la barricada contra los que creen que nacemos con reglas internas preprogramadas —los nativistas. Según esta visión, cuando decimos “aprendo” o “razono”, implicamos que ya había algo dentro que lo hacía posible. Los conductistas rechazan esa idea: el aprendizaje no viene con un manual interno, sino que se construye a través de estímulos, respuestas y consecuencias en el entorno. En este sentido, aprender es más como correr un maratón que activar un chip interno.
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El rechazo al “fantasma dentro”La tercera razón es quizá la más filosófica: un disgusto pronunciado por la idea de explicar el comportamiento observable apelando a estados internos, “procesos mentales” o representaciones ocultas. Skinner lo resume así: no se trata de negar la existencia de pensamientos o sensaciones, sino de decir que su papel explicativo es dudoso cuando los usamos para explicar comportamiento en términos de comportamiento. Argumenta que si explicas que alguien actúa así porque “pensó así”, y luego dices que “pensar” significa “actuar internamente como…”, estás usando un tipo de conducta para explicar otra, sin aclarar nada. No añades un motor al coche para explicarlo, sólo te fijas en las ruedas que giran y el combustible que entra.
¿Por qué no quiero ser un conductista lógico?
Aquí se presentaron fricciones y grietas en la teoría conductista:
1. Primero, problemas técnicos: la definición de reforzador provocó confusión (por ejemplo, un estímulo de comida no siempre aumentaba la respuesta de un animal hambriento) — lo que mostraba que el modelo conductual puro se quedaba corto.
2. Luego, un problema filosófico-metafórico: en la versión analítica del conductismo, las “paráfrasis conductuales” de términos mentales casi siempre terminaban usando términos mentales de todas maneras (por ejemplo, al decir “creo que tengo cita a las 2 pm” se menciona “deseo llegar a las 2”, lo cual es un término mental). Esto indicaba que quizá no podíamos eliminar el lenguaje mental sencillamente por “traducirlo” en términos de conducta.
3. De acuerdo con George Graham, el conductismo fue como un gigante industrial de la psicología filosófica que dominó su época gracias a su promesa de ciencia limpia, observable y libre de entidades misteriosas. Pero ese gigante tenía piezas sueltas: los engranajes de la conducta física comenzaron a chirriar bajo el peso de la complejidad mental que no se dejaba reducir tan fácilmente.
Resumen de: Graham, George, “Behaviorism”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2023 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2023/entries/behaviorism/.
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